jueves, 31 de octubre de 2013

Isla Grande: paraíso oculto en el caribe panameño.


Sin ofender a ningún panameño -gente animada, si la hay-, no puedo evitar comenzar una reseña sobre un destino en Panamá sin mencionar que la misma no es sobre la mega obra de ingeniería que atraviesa el país en todo su ancho, sino que se trata de un destino oculto. Al menos para un argentino que hasta el momento de llegar al país, sabía poco más que la ubicación en el mapa y los colores de su bandera. Ahí vamos.

Isla Grande no tiene nada de grande. Es pequeña, tranquila, relajada. Da la impresión que el tiempo pasa un poco más lento. Los movimientos son humanos o animales, no hay mecánica ni técnica que entorpezca el normal desenvolvimiento de la vida. Sólo está la playa, los jardines arbolados y los hospedajes-bares, que están disimuladamente escondidos en la isla, como tratando de esconderse entre tanta naturaleza, esperando pasar desapercibidos.



Una de las cuestiones más curiosas sobre este destino es que cuando preguntamos en el hotel a qué playas podíamos ir sin alejarnos demasiado de Ciudad de Panamá, la mayoría de las personas a quienes interrogamos no supieron darnos una respuesta concreta. Es llamativo, teniendo en cuenta que no hay que manejar más que 70 minutos para llegar a esta porción de paraíso tropical.
Desde la capital panameña, hay que tomar la autopista Panamá-Colón, que se encuentra en muy buen estado. Pequeña anécdota: viajando por dicho camino, nos paró una patrulla policial. Nos preguntó dónde íbamos y dijo que tengamos mucho cuidado, porque es una zona muy insegura. De movida sentimos que nos habíamos metido en un lugar en el que no teníamos nada que hacer. Pero muy amablemente se ofrecieron escoltarnos hasta Colón (unos 15 minutos de viaje), para vigilar que nada pasara. En este aspecto, quiero destacar la actitud del personal policial, que se mostró muy predispuesto a ayudar. Luego comprobaríamos que lo que ellos refirieron como barrios pobres no eran más que un sinónimo de parajes rurales desposeídos, típicos de la nada en Argentina.

Al llegar a la entrada de la zona franca de Colón, hay que tomar el camino de la derecha, hasta llegar a La Guaira, que es donde se puede dejar el vehículo sin ningún problema y los locales se ofrecerán para llevarte hasta la isla, en un viaje en lancha que demora poco menos de diez minutos.



Con el pelo hecho un nido de pájaros, la propuesta es buscar un lugar donde hacer playa y disfrutar. El lanchero tal vez sugiera algún bar, con el que seguramente tendrá convenio por llevar gente. Tienen todos los servicios de playa tradicionales, pero emplazados en un ambiente selvático. 
Las aguas son totalmente mansas, transparentes y cálidas. Invita a quedarse por un rato largo haciendo la plancha, olvidándonos del mundo por un instante. Hasta sentir el llamado del hambre.


La gastronomía en Isla Grande no difiere mucho de lo que puede encontrarse a lo largo de ambas costas panameñas. Será una combinación de los productos de la tierra y la pesca del día. Muy recomendables son los sombreritos de plátano y camarones o el simple pero contundente pollo frito. Comer en Isla Grande no es caro, ya que se puede almorzar por menos de u$s10 por persona, incluyendo bebidas.

El día en que visitamos este paraíso, la mañana estuvo totalmente soleada, pero hacia la tarde comenzó a nublarse. El cielo se fue oscureciendo y empezaron a caer los primeros rayos en el horizonte. Precavidos, dejamos el mar y nos dirigimos hacia el bar de playa. Minutos más tarde, una tupida lluvia tropical bañó la Isla durante un buen rato. Quienes viven en la zona aseguran que, al menos durante el otoño, es esperable que llueva una vez al día durante un rato.
Es una visita que necesita el día completo para ser aprovechada, y a mi criterio, tampoco es para más de un día. Aunque los fanáticos del ecoturismo y la tranquilidad están invitados a contradecirme cuando ellos lo deseen.

martes, 22 de octubre de 2013

Visita a la ESMA: crónica de un recorrido abierto.

 

Como poco, resulta irónico que el centro clandestino de detención más conocido de la última dictadura militar del país se encuentre emplazado sobre la avenida cuyo nombre hace referencia al prócer más importante de la historia argentina en la lucha por la libertad. Sobre la Avenida del Libertador hay edificios vistosos y veredas prolijamente cuidadas, transitan tanto autos como peatones, quienes en su mayoría ignoran - como si la historia se repitiera en un loop infinito- la ex Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), en la cual funcionó un centro clandestino de detención durante la última dictadura militar, hoy recuperada y convertida en el Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos.

Realizar la visita durante la mañana permite vislumbrar perfectamente una cruel metáfora: mientras los edificios de enfrente están iluminados por el sol, para la ESMA queda nada más que sombras, frío y humedad. No debe ser casual, ya que los prisioneros sufrieron la misma falta de luz durante la mayor parte de lo que duró su reclusión. Si algo de luz llega al predio durante esta parte del día es porque logró colarse entre las copas de los árboles. 



El Centro Cultural, es claro ante la vista, no fue pensado para tal fin: La construcción austera es símbolo de la estética militar que inspiró su diseño original. Las distintas dependencias -que van desde talleres escuela hasta el Casino de Oficiales- suman un gran bloque de hormigón, pintado mayormente de blanco y rodeado por una densa arboleda y garitas de vigilancia que, en tiempos violentos, evitaban que las miradas indiscretas se posen sobre donde no debían hacerlo.
En aquellas épocas, cuando los conductores llegaban a las garitas, decían “selenio” ante la mirada inquisidora de los vigilantes, quienes bajaban la guardia al darse cuenta que el móvil que había llegado transportaba prisioneros. Selenio era la clave con la que los militares se referían al centro clandestino de detención. Fue la palabra que escucharon todos los encapuchados y esposados en los baúles de los autos. Selenio también era el término que utilizaban los griegos para referirse al “lado oscuro de la luna”.

Es imposible no comprometerse con la visita al simular el recorrido que los prisioneros tuvieron que hacer. El ruido de los autos que viajan por la Avenida Lugones y por Avenida del Libertador es débil. Los motores de los aviones que están en trayectoria final antes de llegar a Aeroparque transforman la visita en una experiencia sensorial. Los sonidos se subliman al descender al sótano del Casino de Oficiales, el edificio donde se intentó eliminar hasta el último resabio de humanidad. El sótano es un lugar oscuro, húmedo y triste. Actualmente es un lugar vacío, que se llena con la imaginación de los visitantes que escuchan el relato del funcionamiento del mismo. Allí los detenidos eran interrogados y torturados, una y otra vez hasta que los militares escuchaban lo que necesitaban. Asimismo, funcionaba una enfermería y un laboratorio fotográfico, donde se realizaban tareas de contrainteligencia.
Al volver nuevamente a la superficie, la luz del sol genera cierto contraste con la oscuridad relativa en la que está inmerso el sótano. Según cuenta la guía, los prisioneros nunca podrían haber sentido tal cambio en la intensidad de la luz, ya que eran llevados al casino de oficiales encapuchados y con grilletes. 

La entrada al Casino de Suboficiales actualmente es a través de una galería vidriada, que las visibles incongruencias en la construcción dan cuenta que, alguna vez quiso maquillar las verdaderas prácticas que se dieron en este lugar. El Casino es un lugar amplio, iluminado con tubos de luz fría. Los escalones de mármol que conducen a los pisos superiores, aún conservan las marcas del dolor de los prisioneros. Los grilletes dejaron golpes grabados en cada escalón, que son reflejo vivo del dolor de quienes subían, luego de los interrogatorios en el subsuelo, a las celdas del último piso. El ascenso se vuelve eterno, recorriendo con los dedos el pasamanos de la escalera, también golpeado pero por las esposas que llevaban los prisioneros. Una vez en el último piso, se accede a un corredor largo, que conecta ambas alas del edificio. Tanto del lado derecho como el izquierdo estaban situadas las celdas, hoy pasillos vacíos. Las subdivisiones que confinaban a la soledad a cada uno de los prisioneros ya no están emplazadas, pero el ambiente frío, oscuro y húmedo es evidencia suficiente para tomar real dimensión de la situación de cautiverio que sufrieron quienes allí pasaron los últimos días de sus vidas. Según el testimonio de aquellos que lograron sobrevivir, la dieta consistía en raciones que apenas alcanzaban para no morir de inanición: mate cocido con pan por la mañana, el tristemente célebre “sandwich naval” y algo de humanidad rodando por los suelos, materializada en una naranja. Por lo general, los prisioneros tenían negado comunicarse entre ellos, pero la imaginación siempre supera la prohibición. Es por eso que, cuando no eran autorizados por algún joven guardia permisivo, intentaban hablar en voz baja o bien dejaban notas escritas en trozos de papel enrollados entre los caños que rodeaban la celdas.

Es importante mencionar que es imposible no recrear en la imaginación todas las situaciones que la guía menciona a lo largo de todo el recorrido. Las luces, las sombras, el frío y el encierro no hacen más que atestiguar en contra de quienes todavía se empeñan en negar los hechos acontecidos dentro del complejo. En un barrio como Núñez, donde se intercalan casonas antiguas con edificios modernos, es ingenuo pensar que visitar este sitio es la única alternativa para pasar una tarde distinta. Hay varios lugares para tomar un trago y pasar un rato agradable, pero cuando se trate de escribir una crónica turística o gastronómica, y no una que invite a recordar y a mantener viva la memoria, sea tal vez la ocasión más oportuna tenerlos en cuenta.

lunes, 21 de octubre de 2013

Naples FL: el encanto del Oeste.


 No podemos engañarnos a nosotros mismos. Todos los que hemos estado alguna vez en el sur de la península de la Florida sabemos que es más bien difícil alejarse del área de Miami. Y esta  fuerza de atracción no se trata de una falsa ilusión, sino que está bien fundamentada. En toda la zona, encontramos kilómetros de playas con agua siempre cálida, restaurantes, bares, negocios y mega centros comerciales que satisfacen todo tipo de gusto y bolsillo. Pero del mismo modo que funcionan los imanes, si nos alejamos un poco del centro de atracción, podremos encontrar otros spots con encanto. Uno de ellos es la ciudad de Naples.


Ver mapa más grande

Se trata de una ciudad con poco menos de 25.000 habitantes, siendo la mayoría de ellos personas en edad de retiro, que han elegido el sol y clima benigno del sur de la Florida. Son alrededor de 100 millas desde la ciudad de Miami a través de una ruta en excelente estado y tránsito que atraviesa la península de este a oeste.



La primera diferencia observable de las playas de Naples respecto a las de Miami es la falta de oleaje. Esto se debe a la ubicación en la costa interior del Golfo de México. El agua es mansa, calma y la profundidad de las playas es gradual. Un combo increíble para quien quiere ir al mar con niños pequeños y no tener que estar pendiente de qué tan adentro se meten.

Mi recomendación es acercarse a la playa que se encuentra sobre Gulf Shore Boulevard North, entre Central Avenue y Mooring Line Drive. Dicho segmento cuenta con playas públicas, estacionamiento a pasos del mar, baños, duchas y lugares para comer. Todo está en excelente estado y preparado para garantizar un día de descanso. Da placer caminar sobre Gulf Shore Blvd. North, ya que hay construcciones del más clásico estilo americano, con enormes y cuidados jardines. Hay un imperdible en esta ciudad, pero para eso hay que esperar hasta las 18 o 19 hs., dependiendo la época del año que se trate.



 Si hay algo que Miami puede codiciarle a Naples son sus eternos atardeceres. El sol baja lentamente mientras la tarde recibe a la noche. Con el correr de los minutos, el cielo se va destiñendo, de naranja a púrpura. Tal como sucede en Key West, no cuenta tu visita a Naples si no te quedaste a ver el atardecer en la playa.
Como digna ciudad de la Florida, Naples tampoco tiene que envidiar a Miami la existencia de convenientes centros comerciales. Luego de aprovechar las duchas públicas, visitar el Coastland Center resulta una atractiva parada. Si bien no se trata de un outlet center como los que rodean Miami, posee locales con marcas populares a precios muy convenientes. Si el cansancio te ganó, la recomendación es regresar a la Ciudad Mágica y aprovechar alguno de los tips del Sawgrass Mills que voy a contarles en mi próximo post.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Miami-Buenos Aires por American Airlines


 Ante todo, muchas gracias por los mensajes en el post anterior, donde escribí la crónica entre NY y MIA por AA. En esta ocasión, voy a contarles una historia de desarraigo, de vuelta a la vida cotidiana, auspiciada por American Airlines.  :cry:
 Lamento no tener fotos del vuelo, ya que la cámara estuvo en manos de mi viejo (en realidad, en la mochila que llevaba él). Pero de todos modos decidí mostrarles algunas fotos del destino, ya que quiero que vean algunas instantáneas de lo que fue el viaje desde mi perspectiva.



Oh si, este es el complejo donde estuvimos alojados. En realidad, no es en Miami, sino en Hallandale Beach. De hecho, está mucho más cerca de Fort Lauderdale que de Miami. Tal vez sea por eso que es la segunda vez que mis viejos lo eligen para hospedarnos - nada de quilombo, playas anchas y familiares y ambiente argentino-. Está ubicado a 30 minutos de South Beach, la cual se accede viajando directo por la A1A, que es la avenida sobre la cual está emplazada The Tides, el complejo elegido. Quienes quieran data, me avisan.



 Así se veía desde nuestro apartamento. A pesar que es muy cómodo el lugar, el punto en contra que encontramos las dos veces que estuvimos es que, como estaban construyendo otro complejo en el terreno adyacente, había ruido a construcción desde la mañana hasta las 16:00 hs. Pero supongo que, dado que ya tenían casi lista la obra, los próximos inquilinos no tendrán este problema.

 Un poco de gastronomía autóctona 



 Algo liviano en Denny's (muy recomendable)

 

 Combo de Sbarro en Sawgrass Mills (excelente la pasta con ricota y queso, voy a intentarlo en casa)

 

 Es obligatorio caminar un rato por Ocean Drive durante el atardecer.

 

 Y ya que estamos, también por Española Way - o como está escrito en los carteles, Espanola Way-

 Basta de fotos por ahora. El día de la vuelta había llegado y empezó la nostalgia. "Quedémonos un rato más en la playa" dijo mi vieja. Bendecimos haber seleccionado el vuelo 931, que dejaría tierras gringas a las 23:55. Para colmo,es fija  el día en que hay que partir, el sol raja la tierra y dan ganas de nunca más irse de la playa. Pero la vida es así. Fea.  :jejeje:
 Por suerte, una vez que colocamos el equipaje en el auto, una lluvia al estilo Florida nos dio la despedida. Diez minutos en los que parecía que estábamos atravesando las cataratas del Iguazú en auto. No hay limpiaparabrisas que aguante, no se ve nada y hay que aminorar la marcha para viajar seguros. ¡Ay!¡qué nostalgia me da solo de pensar en autopistas de infinitos carriles!.
 Llegamos alrededor de las 20:30 hs. al Car rental return, donde luego de la inspección del vehículo nos trasladamos en monoriel hasta el aeropuerto. Una hermosa vista de la zona de cargas se vio durante todo el trayecto. Cuando ves un área de miles de metros con aviones de carga, es imposible ponerse a pensar qué representa Miami para la economía del país, pero más precisamente para la economía latinoamericana. Basta con pispear un poco FlightRadar para ver la cantidad de aviones que conectan cargas entre Latinoamérica y Miami a diario.

 

 Siempre, y cuando digo "siempre", quiero decir SIEMPRE, al llegar al aeropuerto que sea, necesito mirar la pantalla de vuelos. Necesito leer "en hora" u "on time", quiero estar tranquilo. Lamentablemente tranquilo. En el fondo espero un "delayed" o "check with the company", con la esperanza de poder negociar un día más por sobreventa o lo que sea. Nunca me pasó, necesito un golpe de suerte.

 Así es como Miami nos estaba diciendo "hasta pronto". Porque es imposible despedirse definitivamente y para siempre de esta ciudad. Con sus incoherencias, con su olor a mojado y el sol asesino, con sus mujeres e inclusive hasta con sus taxistas. Perdón, no puedo evitar ponerme nostálgico  :jejeje:

 Como sea, ya estabamos de vuelta en el aeropuerto. Las zonas públicas son un poco frías. Pese a ser una hora de tránsito, el área de check in de American Airlines, da la impresión de estar semivacío. De todos modos, nunca falta cerca tuyo el par de patrulleros con su perro dando vuelta orgullosamente. El check in fue rápido, ya que hay una innumerable cantidad de máquinas disponibles, así como asistentes, pero quien les habla ya es ávido y canchero en la materia y no necesitó de la ayuda de nadie para hacer el proceso para 4 personas. Mejor, tuve la chance de conseguir un asiento mejor, es decir, el 41C. Esto significaba una mejora respecto a lo que pude elegir en el proceso de compra, ya que mi lugar original era en la fila 41E. Sin ventanilla, si, pero ahora estaba junto al pasillo.  :risa:

 Luego del usual despacho de equipaje, previo encintado del mismo por motivos de seguridad, procedimos a hacer el chequeo de seguridad. Por algunos instantes, chau zapatos, chau billetera, chau celular y chau risa. Momento serio si los hay, me transformo en un ente sin sentimientos para ser scaneado por la gran máquina que exige que levantemos nuestros brazos. Tras el ok, retiramos nuestras cosas y procedimos a la terminal.

 Como había mencionado en mi post anterior, pasear un rato por el aeropuerto de Miami obliga a pensar sobre su colocación respecto a Latinoamérica. Vuelos parten y llegan, durante todo el día, de los puntos más extremos del continente. Basta con caminar por la terminal "D" -la cual utiliza American Airlines- para sumergirse en la zona más latina de la región: en pocos lugares vamos a poder encontrar juntos a tantos peruanos, brasileros, chilenos, argentinos, colombianos o mexicanos, por solo citar algunos ejemplos. Es algo que siempre me inquietó. Como alguna vez Ricky Maravilla se preguntó qué tendrá el petiso, yo me pregunto qué tendrá Miami. Bueno, dejemos el costado filosófico-popular y volvamos a lo importante. ¡Claro! ¡La cena! Esta vez, ocurrió en Villa Pizza, donde ahogamos penas en una porción, en mi caso, de Meat Lovers. Con gaseosa, el precio fue de alrededor de u$s 6. Caro, considerando que la pizza no estaba rica.

 Luego de caminar un poco, dimos con el horario de embarque y todo en su lugar. Avión y pasajeros, esperando encontrarse. Dato de color: como me gusta embarcar último, tuve la dicha (¿?) de ver de cerquita a Luciana Salazar, con quien compartiría el vuelo, no la sección. A mi criterio, asusta una mujer con piernas tan finitas y panza tan transparente. Estuve a punto de pedirle a los de mantenimiento que bajen la potencia del aire acondicionado porque en un momento me dio miedo que quede estampada contra un ventanal. Por otro lado, se sumaba otra medida de seguridad al avión. En caso de tener que acuatizar por emergencia, teníamos la certeza que saldríamos a flote en un santiamén. Se los firmo donde quieran. Por si Luciana está leyendo esto, le pido que no se desanime. Para mi, está más que aprobada.  :wi:

Con mucha tristeza, embarcamos lentamente y arribamos al 777-200 que nos llevaría de vuelta a Buenos Aires. La tripulación argentina nos dio la bienvenida y señaló el camino a nuestros asientos. Tras atravesar todo el largo del avión, llegué al 41C, donde me esperaba una almohada y manta de tamaño regular. A mi lado, una jovencita que se durmió al toque después de la cena. Como yo.

El carreteo y despegue transcurrió con normalidad. El ascenso fue rápido e inmediatamente nos encaminamos al sur, atravesando las Bahamas. Mientras tanto, la tripulación repartió auriculares. Uno de los miembros, de muy buen humor, los repartía a los más jóvenes como si se tratara de pelotas de basquetball, es decir, emulaba los tiros de Kobe Bryant mientras se reía y charlaba con los pasajeros. Eso parece una pavada, pero es lindo que te traten con buena onda, un poco alejado de las formalidades.
El sistema de entretenimiento a bordo fue el mismo que en la ida. Películas, playlists varios y juegos para cada asiento, amén de las ya mencionadas revistas American Way y Nexos.
Una hora luego del despegue, la cena se hizo presente. "¿Ravioli or chicken?", decía el tripulante que recorría el pasillo junto a su compañera, repartiendo bandejas por doquier. Elegí el pollo, que venía con arroz y algunos vegetales. Estuvo bien, aunque no lo terminé ya que no tenía mucha hambre. Ensalada mixta con aderezo italiano, pan, galletitas, brownie como postre, manteca y queso completaban el ofrecimiento de la noche. Amén de la dichosa botella de agua y la elección de bebida.

 Hablemos del pitch: en mi caso, excelente. Al ser la fila 41 la que consta de 4 asientos en  vez de 5, tenía más espacio para estirar las piernas. La pantalla era plegable y tuve la dicha de no tener acompañante a mi lado derecho, así que coincidimos, con la muchacha que estaba en mi fila, compartir el asiento libre para dejar nuestras mochilas y estirarnos en paz. Dormí como un animal. 

Desperté ya en territorio argentino, junto al dulce aroma del crossaint caliente. Pasada por el baño, lavada de cara y a esperar el desayuno. Café con leche, medialuna, mermelada, manteca y un yogurth de arándanos era el servicio de esta mañana. Pasaron a retirar los desechos y luego con las urnas de UNICEF, organización con la que comparten un programa de donaciones. No vi a nadie colaborar. 
Antes de aterrizar, pasé por el galley, donde encontré una caja LLENA de Snacks -pretzels, almendras y triángulos de sésamo- para servirse. Como ya había pasado el desayuno, me dió verguenza agarrar frente a la tripulación, por lo que pedí permiso, me dijeron que "está todo bien" y me llevé dos bolsitas. Todavía conservo una, que la voy a reventar cuando haga calor junto a una buena cerveza. 

El aterrizaje fue suave y a tiempo. Antes de desalojar el avión, volvió el mangazo. Le pregunté a mi tripulante amigo si había chances de llevarme algún amenity kit. Tan copado fue que me ayudó a revisar entre los asientos de Bussines, y como no encontramos ninguno, fue a buscar uno en el galley, que me lo entregó en mano con una sonrisa, mientras me despedía. Insisto, son gestos copados que hacen a las tripulaciones. Le dan valor agregado a la empresa. 

Migraciones en Ezeiza fue rápido, pero control aduanero fue un suplicio. Colas de varios metros avanzaban lentamente. Rostros nerviosos, de familias que vienen hasta las pelotas con las valijas y rezan por que no les pidan que abran el bolso. Esta vez no nos pidieron que abramos las valijas: trajimos, lógicamente, ropa y algunos artículos electrónicos que no superaban el monto, por lo que no hubo dramas.
El drama  fue volver a la vida cotidiana, pero eso es otro tema. En lo que respecta a volar, como siempre, fue todo un placer.